ECM, 2000. Todo en este
disco es levedad. Es leve el sonido del laúd de Anouar Brahem que
algunas veces lo acompaña de una voz susurrada también leve;
también es leve la percusión de la darbuka o del bendir, pandero
árabe, y a veces el clarinete... Tanta levedad consigue un sonido
muy particular y muy relajante, además aderezado de una
reverberación mística, también leve, quizás de estudio, quizás
natural por haber sido grabado el disco en un monasterio. El sonido
es árabe, norteafricano, pero también con resonancias mediterráneas
europeas, y también está influenciado por el jazz, con numerosos
solos instrumentales, pero sin romper jamás la línea rítmica y
melódica. Ideal para degustar con un buen té moruno.
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